definición de la Rae

Desacato. (De desacatar). 1.m. Falta del debido respeto a los superiores. 2.m. Irreverencia para con las cosas sagradas.
La literatura o es desacato o no es nada (creo)

martes, 6 de diciembre de 2011

El escritor Max Aub va a ver a sus padres

Estrenando el blog, o probándolo, a ver si funciona, subo un artículo que publiqué hace algún tiempo en el periódico Diagonal, y que viene a cuento, espero, pues trata sobre un autor imprescindible, además de explicar el título de esta bitácora incipiente. Nos encomendamos a Max Aub, y le pedimos su laica bendición a la hora de iniciar este viaje por el ciberespacio. Advierto que visitaremos peligrosamente libros y lugares, fracasos y actualidades, y que todo buen viento será reconocido. Itaca espera, aunque no sabemos todavía cuál será su condición, la forma de sus casas, el olor de sus calles, porque así sucede siempre con todo. Levamos anclas. Oigo el rumor del viento. Es emocionante.

 
El escritor Max Aub va a ver a sus padres.

El siglo XX no es del cine, o los automóviles, sino  el de La Metamorfosis. Probablemente, cuando Kafka escribió su angustiante novela, no podía ser consciente de la potencia del símbolo que estaba acuñando, del calado de  un texto que expresaría perfectamente la condición de millones de personas en la era de los fascismos: la de la víctima inocente y pasiva. Al igual que en el relato de Kafka, hubo un día en que millones de personas despertaron siendo ya cucarachas, es decir, habiendo sido así metamorfoseadas por un Poder enloquecido, que las abocaba sin remedio a la captura y  la muerte. Bastaba poseer la condición de judío, o comunista, o troskista, o republicano… para que la saña burocrática y homicida del estado te convirtiese en un ortóptero ejecutable.
Ese fue el tiempo que le tocó vivir a Max Aub; pero a su condición de víctima, Aub añadió también la de testigo y combatiente, y lo hizo con las exiguas armas que puede alcanzar un exiliado vencido exactamente en tres guerras consecutivas: la escritura, y la urgente necesidad de dar fe y de comprender. Sí, Aub vivió tres guerras que determinarían su vida de manera brutal. La primera de ellas le sorprendió en París, donde había nacido en 1904 de padres judeo-alemanes, hecho éste que determinó su expulsión de Francia en 1914, pese a ser inocentes de cualquier cargo salvo aquel que apuntaba a su pasaporte. Por suerte para la literatura española, los Aub recalaron en Valencia, donde el joven Max se enamoró para siempre del Mediterráneo y de una lengua castellana que, pese a su maestría a la hora de escribir, nunca llegaría a pronunciar correctamente.  En Valencia creció, estudió el bachillerato y empezó a militar en la vida cultural de la II República, transitando por las vanguardias y la deshumanización  del arte promovida por Ortega, bajo cuya influencia empezaría su carrera literaria con textos más o menos ensimismados. Sin embargo, su gran literatura es social y política, y tiene como motivación fundamental, como brusco resorte, la irrupción abrumadora de la Historia, esto es, de las guerras Civil y Mundial. Durante la Primera de ellas, Aub, entre otras cosas, codirigió junto a André Malraux el largometraje Sierra de Teruel, cine de urgencia y propaganda que sólo podrían medio terminar en el país vecino, tras haber abandonado la península por Los Pirineos, en Enero de 1939. Por segunda vez, Aub perdía una guerra, era expulsado de un país y se convertía de nuevo en víctima, en exiliado. No sería la última. En 1940, en París, una denuncia anónima (que le acusaba de comunista y hebreo) le haría entrar en la rueda alucinante de las cárceles francesas, metamorfoseándole definitivamente en ortóptero. Aub pasó así una buena temporada en un infierno de presidios y campos de concentración, del ultimo de los cuales, Djelfa, en el Atlas Argelino (el más duro de todos, donde vio morir a infinidad de compañeros) consiguió escapar en 1942 hacia Casablanca, para desde allí viajar definitivamente a  México, la tierra de promisión de tantos exiliados. Era la tercera vez que Aub perdía una guerra, y la tercera vez que como consecuencia de ello tenía que abandonar un país, porque la Segunda Guerra Mundial no sólo la perdió en la medida en que le supuso prisión y dolor, sino  también porque la legitimidad de la República no fue reconocida por los aliados, ni Franco fue derrocado, ni los exiliados pudieron regresar ya nunca a casa (al menos de forma colectiva, de forma política).
Dar fe y comprender. Desde su primer exilio Aub asume que ésa va ser su función, su ética y estética literarias, y a ello se dedica obsesivamente, acuciado por la fiebre del testigo que no quiere que se olvide aquello que ocurrió, pero que parece increíble e inverosímil que llegara a ocurrir. De ahí que no sólo sea preciso contarlo, sino también que sea imprescindible comprender por qué sucedió. De su ingente obra (Más Aún, le llamaban en México) El Laberinto Mágico se destaca con sus 6 volúmenes como el más complejo empeño literario sobre la Guerra Civil. Aub, ahora realista y testimonial, es un escritor voraz, omnívoro, y en su obra, que es galdosiana y vanguardista al mismo tiempo, caben todos y todo. Todos los recursos literarios  y todo tipo de personajes, unos personajes que están más vivos que la vida y que generan en su creador la misma melancolía que la gente de verdad, la misma piedad y acaso el mismo amor (como cuando se declara enamorado de su personaje Asunción, que permanece joven mientras él envejece). Sí, la escritura es un arma leve si la enfrentamos a la dureza de un blindado, pero es un arma del tiempo, capaz de anular al tiempo y hacer que la Historia y la vida sean recreadas infinitas veces, y que los personajes literarios, esos fantasmas de palabras, sean seres en lucha sorda contra el olvido. O quizás no, porque no siempre lo que es bello y justo se impone sobre lo que no lo es. Así Max Aub, un escritor apenas conocido, todavía habitante de un exilio infinito, incómodo para unos y otros, postergado, con una obra que durante decenios ha sido difícil de encontrar en las librerías. Construida la restauración democrática sobre la desmemoria, la impunidad y la mentira, apenas hay sitio en ella para una sinceridad y una denuncia radicales como la suya.
Cuando Aub llegó a México en 1942, se reunió allí con parte de su familia, pero no con toda ella: sus padres seguían en Valencia. Siendo imposible para Aub viajar a España, intentó reunirse con ellos en Francia. Sin embargo, Francia no le concedió el visado hasta 1956, debido a que en los archivos policiales de la IVª República todavía existía la ficha de un peligroso fugitivo rojo y judío llamado Max Aub (Kafka otra vez,  Kafka siempre). Aub no volvió a ver juntos a sus padres. Su madre murió en 1962. Él estaba en México. Escribió sobre ello en su diario: “No habiendo estado con ella, enterraré a mi madre muchas madrugadas. Que nadie me hable de ella.”. Y también escribió ( él, el tipo que había  perdido exactamente tres guerras consecutivas): “Nos hemos quedado en el camino; pero éste es el camino”.

Toni Judt se despide de ustedes

Existe un momento en que la muerte deja de ser una palabra ajena y una imagen ajena. Es cuando viene a por nosotros, de frente, desnuda y  a por todas. En ese instante se pueden cerrar los ojos y procurar evitarla, como hace el criado Dayoub, de Las Mil y Una Noches, que huye desde Bagdad a Ispahan para escapar de ella, sin éxito. La otra actitud es la del emperador Adriano, según dice Yourcenar, quien busca entrar en la muerte con los ojos abiertos, apurando hasta el fondo la intensidad y el flipe de ese último momento.
El historiador Tony Judt pertenecía a esta estirpe. Su tragedia particular consistió en que ese instante se alargó durante meses debido a una enfermedad degenerativa. Le tocó entrar en la muerte con los ojos abiertos, postrado en la cama, con el cuerpo paralizado y una mínima posibilidad de comunicación verbal. Pero en vez de desesperarse, Judt tuvo el coraje, la paciencia y  lucidez de dictar unas memorias extraordinarias (El Refugio de la Memoria, Taurus 2011). Lo que más llama la atención en ellas es la ausencia de amargura, de queja, por su situación irreversible, y la certeza de que convirtió esa enfermedad en una oportunidad para mirar el mundo desde otro lugar. Sólo algo parecido a un lamento aparece puntualmente en esas páginas:

"Tal vez la consecuencia más desalentadora de mi enfermedad actual (...) es la conciencia de que nunca más volveré a subir a un tren"

Un tipo que nunca más volverá a subir a un tren, ni a hablar con nadie (las dos cosas que más le gustaban) elabora sin embargo esta exigente reivindicación de la palabra colectiva:

"Cuando ya no soy libre para ejercerla yo mismo, aprecio más que nunca lo vital que es la comunciación para el bien común: no sólo el medio mediante el cual vivimos juntos, sino parte de lo que significa vivir juntos. La riqueza de palabras en la que me crié era un espacio público por derecho propio; y de espacios públicos adecuadamente conservados es de lo que carecemos hoy. Si las palabras se deterioran, ¿qué las sustituirá? Son todo lo que tenemos."

Hasta el último instante, Judt esquivó el ensimismamiento. No sólo entró en la muerte con los ojos abiertos, sino también con las ventanas abiertas: allí afuera el mundo seguía su curso y Judt era parte de él. Su lucha por la necesidad y la dignidad de lo colectivo, de la democracia, son de una rabiosa actualidad. Tony Judt era un 15M:

"Sobre todo, como se mide el grado de esclavitud en el que una ideología mantiene a un pueblo es por la colectiva incapacidad de este para imaginar alternativas. Sabemos perfectamente que la fe sin límites en los mercados desregulados mata (...)".

Ese es el mundo en el que estamos, en el que no está. Desde que se ha ido las cosas no han hecho sino empeorar. Los mercados desregulados siguen matando, las palabras se deterioran, y los gobiernos incrementan sus arsenales por si llega el momento de tener que disparar contra sus pueblos. Así Grecia, cuyo única partida presupuestaria no recortada es la de los tanques.
Las últimas palabras de su libro hablan de una de las pocas libertades que nos van dejando, o la última, si no le ponemos remedio: la del deseo. O quizá no, quizá la libertad de desear libremente es la primera que nos niegan. Desde niños somos programados para desear sólo aquello que conviene al poder. ¿Qué es la industria publicitaria, sino una inmensa maquinaria programada para dirigir nuestros deseos, para mantenerlo en los mezquinos límites de sus intereses? En cualquier caso, volviendo a Judt, hay un momento en que el último deseo, el deseo final, es también una declaración de principios:

"No podemos elegir donde iniciamos nuestra vida, pero podríamos finalizarla donde quisiéramos. Yo sé dónde estaré: yendo en ese tren minúsculo a ningún sitio en particular, por siempre jamás"

Cuando acabas el libro, vuelves a mirar la foto de la solapa y no puedes sino darle un beso en la calva a ese tipo, aTony Judt.


        
                                            

http://www.elpais.com/articulo/reportajes/legado/Tony/Judt/elpepusocdmg/20100926elpdmgrep_7/Tes