definición de la Rae

Desacato. (De desacatar). 1.m. Falta del debido respeto a los superiores. 2.m. Irreverencia para con las cosas sagradas.
La literatura o es desacato o no es nada (creo)

jueves, 6 de diciembre de 2012

¿corsarios?




Hace ya tiempo que Mark Knopfler se fue a los USA. Allí se calzó las botas de cowboy y ajustó su guitarra a los  tonos del country. Los resultados fueron estupendos. Y no es que los de antes fueran malos, más bien al contrario, pues de pocos puede decirse que nacieran con  esa decidida vocación de clasicismo. Quizás sí de Mark Knopfler y sus Dire Straits. En medio de la irrupción del punkrock, de sus acordes desgarrados y sus puñetazos al estómago, ellos parecían como un cuarteto de cuerda salido de Heilderberg. Lo suyo era una elegancia sofisticada, algo barroca, que reinventaba el poprock desde la fe en el virtuosismo y las canciones impecables, cuando eso ya no se llevaba. Y sin embargo, triunfaron. 

Pero Mark iba más allá, no se conformaba con colocar temazos en la historia del rock, canciones sólidas como estatuas, como óperas solemnes, cosas al estilo de Sultans ofSswing, Romeo and Juliet  o tantas otras; sino que inventó un sonido y un estilo característicos, reconocibles a la legua, que es lo mejor que puede decirse de un guitarrista. El nos enseñó lo expresiva que puede ser una guitarra eléctrica pulsada sin púa, acariciada  sólo por la piel de un pulgar infatigable, convertido en arma de precisión. Al mismo tiempo, halló una posición inexplorada en la palanca de las pastillas, ésa que se encuentra a mitad de camino entre los agudos y los medios, para inventar desde allí el inconfundible y legendario timbre de su stratocaster.

Luego Dire straits se fueron diluyendo (se separarían finalmente en 1996), y Mark emigró a los sonidos del oeste. También al silencio. El guitarrista barroco descubrió de pronto las virtudes de la contención, y sus mejores notas fueron aquellas que no tocaba, que sólo sugería o insinuaba en sus austeros punteos. Esas notas se convertían en deseo. Era finalmente el oyente quien las imaginaba para completar una frase perfecta. Ese fue su estilo en obras como el ya mítico Neck and Neck,  junto al catedrático del country Chet Atkins, o el no menos extraordinario proyecto de Nothing Hill Billies, abigarrada formación de countrymen inquietos. De su etapa en solitario cabe recordar Sailing to Philadelphia, milagrosa canción interpretada a dúo con James Taylor, y que resume en cierto modo sus virtudes máximas: la contención, la sensibilidad, la lírica. 

Ahora saca un nuevo disco, un doble Lp de sugerente título: privateering, algo así como jugando a los corsarios. Y algo de eso hay. Knopfler se concede patente de corso para recalar en diversos puertos (country, blues, rythm&blues, celta, pop) y llevarse de allí lo que convenga. Con el botín en la bodega, compone un puñado de canciones no excesivamente brillantes, salvo excepciones. Predominan los tempos lentos, la alternancia caprichosa de estilos, una monotonía desabrida en los arreglos, las letras banales (nunca destacó Mark por ellas, pese a que estudió literatura; o quizás por eso), las guitarras añejas, los estribillos intrascendentes. No le beneficia la mezcla de estilos. En un tema suenan gaitas irlandesas y en otro armónicas del Mississipi, y nunca sabemos muy bien a qué diseño obedece esa mezcla. La sensación es que la mayoría de las canciones están de más, y que serán olvidadas antes de que se funda su último acorde. Sólo un par de ellas permanecen en la memoria, la que da título al álbum y, sobre todo, Dream of the drowned submariner,  pequeña joya sostenida por un recurso  impensable en Knopfler: la irrupción de un clarinete. Asombra la magia que es capaz de introducir este instrumento en un contexto ajeno. Su dulzura permanece mucho tiempo en los labios. Sólo por eso quedaría justificado este trabajo del viejo maestro. El resto del álbum es sólo relleno para incondicionales. 



miércoles, 31 de octubre de 2012

Velas


Estuvimos en la Palma. Habitamos una casa de piratas. Recorrimos una dorsal de volcanes. Subimos montañas negras. Otras veces de la lava brotaban pinos ignífugos, con alcorques de pinocha roja. El fuego respeta a esa especie: la quema, pero no la mata. La vida hace el resto: de lo negro sale lo verde; y de lo verde, lo rojo. 

Nos gusta caminar alrededor de los volcanes, sobre su vórtice. Miras adentro e imaginas el mundo  naciendo a borbotones. Es extraño estar sobre una isla que antes no existía, que salió del mar como una enorme pescadilla de fuego y ruido. La última erupción es reciente: 1971. En aquella ocasión la isla ganó muchas hectáreas al océano. Sobre esa nada crecen ahora infinitas plataneras, meciendo sus enormes hojas de árboles sin memoria. 

Nos gustaban las casas. En canarias adoran la madera. Son artistas de las balaustradas, los artesonados y las ventanas. Aquí éstas eran de guillotina. Se juntaba la arquitectura del norte con la del sur. Y esto porque en su día vinieron a la isla muchos flamencos: de Gante, de Amberes, de sitios así. Un viajero antiguo había dicho que algunas calles le recordaban a Holanda.

Ahora viven del turismo y los plátanos. Vienen holandeses, pero, sobre todo, alemanes. Algunos se quedan. No me extraña. Como apenas hay playas, la isla es muy tranquila, coqueta, recatada, de ritmo lento y acariciante. Te pones a mirar hacia el oeste, hacia miles de kilómetros de océano, y es como  mirar a los ojos del olvido. Es lo que tienen algunas islas: se sustraen a la locura del mundo. O eso parece. En la literatura son muchas veces microcosmos de felicidad. En otras ocasiones, sucursales del infierno. ¿Qué contarían los guanches, los antiguos habitantes de la isla, ya desaparecidos, si la vieran ahora? Probablemente, nos hablarían de cómo todo puede cambiar en un momento, en ese momento en que aparecen de repente, en el horizonte, velas de barcos. Nos dirían que aquello que parece estable, definitivo, no lo es en absoluto, que puede desaparecer en el transcurso de unas pocas  semanas. Para siempre. 

Pero de ellos no queda nada. Para ellos, La Palma, la Isla bonita, es definitivamente una isla perdida.  

miércoles, 17 de octubre de 2012

Los muy chinos

Los chinos son muy útiles. Sirven para olvidar las crisis y fabrican cosas baratas. Los chinos evaden impuestos y salen en la tele como gentes insidiosas, a diferencia de los que fabrican Sicavs en las esquinas, esas sociedades elegantes y españolas de evasión masiva de capitales.
 De un chino con grilletes se puede esperar cualquier movida, todo tipo de desmanes chinos orientados a sabotear nuestras finanzas. Sin embargo,  de esas gentes de mantilla y loden, españoles de bien, enriquecidos a través de la construcción de infraestructuras cleptómanas  (aves, aeropuertos, ciudades de la cultura) sólo cabe esperar parabienes y patriotismo galante.
La poli ha dicho que esta redada contra la mafia china aliviará la crisis española, ya que el fisco recaudará lo suyo a partir de ahora, y mejorará la competencia. Sólamente les faltó decir que no otra cosa esperaba el BCE para aliviar la presión sobre la deuda. Ahora que ya no están los chinos, pero llega Eurovegas, esto va a ser un jodido paraíso.     

viernes, 17 de agosto de 2012

vacaciones en el metro

No deja de producir imágenes simbólicas este país combustible. Vean esa del tren del metro de Madrid empotrado en un talud del extrarradio, conducido hasta allí por el tipo que se supone debía velar por mantenerlo en forma. Convirtió el tren en un amasijo de hierros y sangres por pura fanfarronería. Allí murieron él y una adolescente suiza, una muchacha que creía a lo mejor estar de visita en un país civilizado.  Al parecer, el gerente utilizó su jeraquía en la empresa para realizar cosas del todo ilegales (acceder a un área restringida, conducir un tren e ir acompañado de personal ajeno al servicio) que acabaron en una tragedia improcedente.

Observen esta otra: el pais combustible se quema en sus parque nacionales, mientras el ministro del ramo se fuma un puro en una plaza de toros. Arden Garajonay, Cabañeros y Doñana, más otros muchos lugares del paisaje ibérico, asolados de aquí a décadas por la lentitud de las plantas, y no se les ocurre otra cosa que encender puros y echarle la ceniza al vecino más próximo, es decir, al político de enfrente. Luego aparecen en los funerales de los brigadistas muertos, esos mismos tipos que han recortado el presupuesto contra los incendios, aumentando con ello la posibilidad de desenlaces funerales.

El líder de la oposición cubana muere en un accidente de tráfico. Conducía el vehículo un joven español poseedor de un extraño record: 47 multas de tráfico en el último año, circunstancia que le ha ha hecho acreedor a la pérdida del carnet de conducir. Carromero es probablemente uno de esos jóvenes fascinados por la doctrina Aznar, esa que consiste básicamente en lo siguiente: yo hago lo que me da la gana, y sin complejos. Y si no, recuerden cuando Jose Mari dijo aquello de que nadie podía a limitarle a él la velocidad en carretera (también coleccionaba multas en sus tiempos de diputado por Avila) o el nivel de alcohol en sangre, al conducir,  o las armas de  destrucción masiva en Irak, ni siquiera los exhaustivos controles de la ONU al respecto. El resultado, en cualquier caso, es que un joven del PP ha tenido un papel muy destacado en la muerte del más importante opositor al castrismo. Como en el primer caso citado, estamos ante una circunstancia en que la irresponsabilidad y la fanfarronería concluyen en una tragedia evitable.

Es decir, este país sigue a lo suyo, a lo de siempre. Podemos estar tranquilos.

jueves, 12 de julio de 2012

Aplausos


Los mismos que aplaudieron la guerra de Irak aplauden  ahora los recortes. El sufrimiento de otros les debe parecer un espectáculo divertido. Nos llevaron a  aquella guerra con mentiras y nos llevan a este desastre con falsedades. Nadie ha pedido disculpas por los miles de muertos, las ciudades arrasadas y el petróleo en manos de quien lo merece. Disculpas no, aplausos. La hija de Carlos Fabra insulta a los parados mientras su padre los fabrica con sus corruptelas (presuntas) y su mediocre gestión de los recursos públicos, como ese aeropuerto sin aviones y sin alma que él, como un Prometeo taimado y absurdo, volvería a levantar a mayor gloria de la estética cleptómana ¿Disculpas? ¿vergüenza? No, aplausos, más aplausos. El mismo señor que se quejaba amargamente por la subida de las chuches a los niños, gracias a un incremento del IVA en 2010, lo sube ahora sin sonrojarse y sin que se le mueva un centímetro el alma, él, que no dijo ni media palabra cuando las bombas caían sobre Irak, bombas que mataban niños y chuches conjuntamente.
¿Por qué aplauden éstos? En Italia, la ministra de bienestar, Elsa Fornero, no pudo contener las lágrimas al anunciar unos recortes que iban a causar el sufrimiento de mucha gente. ¡Qué lamentable muestra de debilidad¡ Aquí no sólo no se llora, sino que se disfruta, se jalea y hasta la burla del dolor está  permitida, todo sin complejos. ¿Qué nos impulsa al aplauso en situaciones así? Una inmoralidad absoluta, en primer lugar, por supuesto. Pero sobre todo, el sentimiento de victoria. Aplauden la derrota del estado del bienestar y el paso triunfal de las juntas de accionistas sobre la democracia. Los generales romanos, cuando entraban en un Capitolio enfebrecido por una victoria reciente, llevaban a su lado un subalteno que les recordaba una frase preventiva, profiláctica: memento mori, recuerda que eres mortal, con el objeto de que no se envaneciesen. Eran otros tiempos, otras costumbres. Ahora, los subalternos paniaguados jalean al jefe mientras éste balbucea torpes mentiras, tras haberse bajado los pantalones en Berlín.   




miércoles, 27 de junio de 2012

patriotas del éxito

Cuando España caía en cuartos de final, no abundaban las banderas. La gente no adornaba balcones y ventanas con los colores patrios, ni vestía las finas antenas de los coches con trapos tremolando por las autopistas. Cuando España caía en cuartos de final no había patriotas en España. Había españoles, eso sí, tipos  campechanos a quienes les gusta gritar, beber y hacer paellas; pero no había patriotas. El patriotismo es algo que tiene que ver con la victoria, al parecer. Y la bandera de España no es más que la bandera de un equipo victorioso. Lo que le mola a la gente es ganar, imponerse a los demás, disfrutar del subidón que proporcionan las victorias.
Cuando España vuelva a caer en cuartos, lo que ocurrirá algún día, se acabará esta fiesta nacionalista y futbolera, y no encontraremos demasiados motivos para sentirnos orgullosos de ser de aquí. Nos levantaremos por la mañana, y veremos los paisajes de siempre, es decir,  un país chapucero, corrupto, injusto y fanfarrón, en el que reinan la mentira y el saqueo, y no sentiremos la necesidad de abrazar a nadie, ni de agitar ninguna estridente bandera en medio de un campo de fútbol sediento y vacío.   


viernes, 11 de mayo de 2012

alta velocidad española



Gracias a la alta velocidad española, hemos disfrutado de un impagable placer: ver y oír al presidente de Extremadura, Sr. Morago, hablar un catalán perfecto. Lo que no han conseguido siglos de compartir este solar ibérico, de enfrentarnos juntos a innumerables y dolorosas vicisitudes, lo logra ahora ese vivaz y caprichoso trenecito veloz, que dios guarde: unir de verdad a los pueblos de España. Para que luego digan los ecologistas que el AVE no sirve para nada, o que última a especies en vías de extinción. Como ejemplo de lo contrario, ahí tienen a ese simpático presidente extremeño, perfecto representante de una especie que se creía a punto de desvanecerse (debido mayormente a la extensión de la  educación general básica) y que no es otra que la del político español lúcido y mesurado, elegante y políglota, renaciendo de sus cenizas jurásicas, e incluyendo sus sutiles  argumentos en la historia universal de la discreción.





miércoles, 25 de abril de 2012

El Roto y la pedagogía

Viendo esta obra maestra del viñetismo universal, debida a El Roto, ese tipo capaz de dignificar él solo el periodismo español, se me ocurre que las autoridades educativas tendrían que olvidarse de asignaturas del tipo "educación para la ciudadanía" o "principios de la moral cristiana", e implantar la que de verdad rige nuestras vidas, nuestra sociedad y nuestro mundo, algo a lo que podríamos llamar 

                                     INTRODUCCION A LA ETICA DEL CAPITALISMO

y cuya máxima y más sintética expresión artística sería la que arriba nos muestra las amargas verdades de la civilización.

viernes, 20 de abril de 2012

el cementerio de los elefantes


Los elefantes son animales bastante inteligentes: entre ellos no existen los monarcas. Su poder no les fue otorgardo por un general sanguinario, quien a su vez lo consiguió después de perpetrar una matanza, sino que les viene de serie, dictado por la evolución de las especies. En ellos, como en las ballenas, el tamaño es una condición de la belleza. Para sentirse importantes los elefantes no tienen que disparar a nadie, ni vestirse de generales. Tampoco asisten a cenas de gala pagadas por gente más pobre que ellos. Les bastan unos kilos de buena hierba y agua en abundancia. Luego se rebozan en el barro y barritan contentos mientras agitan sus trompetas. Los cochazos y los barcos deben parecerles gilipoyeces, asuntos de gente poco evolucionada. Nunca abandonan a uno de los suyos. Asisten a la muerte de un congénere con profunda tristeza. Cuando cae un elefante es como si una montaña se derrumbase. Ningún elefante ha declarado nunca una guerra civil, ni ha mandado un pelotón de fusilamiento, ningún elefante ha bombardeado nunca ciudades habitadas. Sólo por esto ya deberíamos tenerles en consideración. No existe perdón para quien fusila elefantes. Es obsceno hasta decirlo. De no mediar caderas rotas, no habríamos redescubierto la miserable, la cegadora continuidad de la Historia.