No llueve, salva parados, en este fracaso colectivo llamado España. Acabamos de llegar de Gredos, de la laguna del Barco, de ese maravilloso circo glaciar y esa mágica artesa fundada por hielos eficientes. Apenas había nieve, pero sí hielo tapizando las lanchas de granito y las pozas escondidas de los riachuelos. La tasca alpina estaba agostada, y los caminos llenos de polvo y arena, y las laderas grises y mustias, como afectadas por una tristeza radioactiva. Todo quebradizo y sediento, igual que cualquier proyecto social es estos tiempos erróneos. A Unamuno le encantaba Gredos. Y la sed. Eso era antes de que abjurase de la Républica. No le concedió mucho tiempo, a esa II República, tan pronto huérfana, ese filófoso exigente y altivo, afectado de sed de eternidad. La geología es más benovelente, regala milenios para que el hielo modele una cumbre, un valle o un circo. Las cosas bien hechas requieren su tiempo. Su medida sagrada. Ahora toda va rápido. Todo da igual. Lo dijo mejor uno a quien tengo por maestro: vivimos en el tiempo del desprecio. Y encima sin lluvia.