Gracias a la alta velocidad española, hemos disfrutado de un impagable placer: ver y oír al presidente de Extremadura, Sr. Morago, hablar un catalán perfecto. Lo que no han conseguido siglos de compartir este solar ibérico, de enfrentarnos juntos a innumerables y dolorosas vicisitudes, lo logra ahora ese vivaz y caprichoso trenecito veloz, que dios guarde: unir de verdad a los pueblos de España. Para que luego digan los ecologistas que el AVE no sirve para nada, o que última a especies en vías de extinción. Como ejemplo de lo contrario, ahí tienen a ese simpático presidente extremeño, perfecto representante de una especie que se creía a punto de desvanecerse (debido mayormente a la extensión de la educación general básica) y que no es otra que la del político español lúcido y mesurado, elegante y políglota, renaciendo de sus cenizas jurásicas, e incluyendo sus sutiles argumentos en la historia universal de la discreción.