definición de la Rae

Desacato. (De desacatar). 1.m. Falta del debido respeto a los superiores. 2.m. Irreverencia para con las cosas sagradas.
La literatura o es desacato o no es nada (creo)

miércoles, 28 de agosto de 2013

Amor y basura

Cambio por enésima vez el título de este blog siempre incipiente. El anterior, aunque bonito, tenía algo de afectado, de prepotente. La idea es la misma, sin embargo, porque el blues (antes se llamaba Descato Blues) no deja de ser también eso: amor y basura. Por eso conservo su turbia energía y su lirismo desafiante, así como la maravillosa foto un de Robert Johnson a punto de cantarnos las cuarenta (a su manera, claro: en 12 compases y en el argot agrío del Mississipi). La vida tampoco es más que eso, y en muchas ocasiones menos. Amor y basura, o amor basura.  La expresión se la he robado a Ivan Klima, el novelista checo, que tituló de ese modo una de sus maravillosas novelas. En ella dice cosas como estas: "Y ahí tomé conciencia del extraordinario poder de la literatura o, en general, de la creatividad humana: conseguir que incluso los muertos vivan y que los vivos no mueran nunca". Toda su familia había sido asesinada en Auswitch, unos años antes. Por eso se hizo escritor. Amor y basura.


martes, 13 de agosto de 2013

La misma ciudad impune

Hablamos hoy de la última novela de Luisgé Martín, La misma ciudad (Anagrama, 2013) fábula existencial y atribulada, que presenta un personaje al filo de la navaja entre Don Quijote y Ulises, pero menos entrañable y menos loco que el primero y algo más mezquino y calculador  que el segundo. Empieza la narración con un míni ensayo sobre la edad más crítica. No, no la adolescencia, sino la crisis de los 40, la tenebrosa frontera donde cada cual hace recuento de sus fracasos y pérdidas, mide la distancia entre los sueños de juventud y los logros de madurez, calcula el tiempo que le queda por vivir y extrae de todo ello conclusiones atroces. Así nuestro personaje, quien, al encontrarse a un amigo de juventud y comparar sus trayectorias divergentes, concluye que su vida burguesa, triunfadora según todos los cánones dominantes, es una mierda sin otra sustancia que la de la rutina. Al día siguiente caen las Torres Gemelas. Como él trabaja allí, pero no se encuentra en ellas en el momento de los impactos, decide darse por muerto, desaparecer sin dejar rastro, y emprender una nueva vida en la que recuperar impunemente el tiempo perdido, una vida aventurera con mucha precariedad, muchos viajes, muchas mujeres, mucho peyote, poesía y submarinismo. El desenlace le lleva de nuevo al desengaño, y a la conclusión de que es vana toda tentativa de existencia aventurera. Como consecuencia de ello, decide recuperar su antigua identidad. Su mujer, una Penelope de Manhattan comprensiva y fiel, le acoge de nuevo, así como la sociedad de la que había huido, con su antiguo trabajo de abogado agresivo en inmobiliaria agresiva. Ulises ha vuelto, el hijo pródigo y tarambana regresa a casa para hacerse perdonar su vida licenciosa. No deja de rezumar cierto conservadurismo esta clausura de la novela, por cuanto niega en cierto modo la capacidad de la experiencia para generar enseñanzas, así como algo más atroz, que es la imposibilidad de cambiar, la percepción del ser humano como sujeto de identidad única, inamovible, es decir, objeto y no sujeto, el sueño de toda instancia totalitaria . Pero la sustancia de la narrativa es el cambio, toda novela es el relato de una metamófosis. Aquí eso aparece negado incluso en el explícito símbolo de la serpiente alada que el protagonista se hace tatuar en la espalda, y cuya alas decide borrar más tarde, negando su capacidad de vuelo, es decir,de cambio. Pero el texto aquí se contradice, o más bien es el personaje quien lo hace, pues finalmente el viaje sí le ofrece enseñanzas variadas que le acercan a la verdadera madurez, que es algo no necesariamente ligado a la edad biológica. Así dice, tras retomar la antigua vida: "No soy feliz, pero ahora al menos sé que no podré serlo". Para a continuación contradecirse con esta otra afirmación: "No hay incertidumbre, y eso, a mi juicio es una forma de felicidad". Creo que el autor trabaja conscientemente estas contradicciones de su personaje, y que el poema de Kavafis que cruza la novela de lado a lado no hace sino reforzar esa idea, así como las citas que  sirven de introducción al texto. El poema, en concreto, es esa obra maestra titulado "la ciudad", ese que dice "buscaré una ciudad mejor que ésta" y que concluye con un lapidario "nunca abandonarás esta ciudad". La cita del principio, de Horacio, afirma: "Aquellos que cruzan el mar cambian de cielo, pero no de alma". Y la otra, del libro de Tao, concluye: "cuanto más lejos se va, menos se aprende". Entiendo todas estas referencias librescas de una forma restringida:  sólo quien está poseído por el miedo, el prejuicio y el egoísmo no aprenderá nada por mucho que cambie de lugar, que es más o menos lo que viene a decir la última frase de El Buscón, de Quevedo: " nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar, y no de vida y costumbres". Porque el protagonista se equivoca al principio, en el planteamiento, y de una premisa errónea no se deduce una conclusión afortunada. Quien desee cambiar de vida, ha de ir de cara, con las manos en el corazón. Brandoon Moy es un oportunista que abandona a su mujer y a su hijo porque las circustancias le permiten actuar impune e irresponsablemente. Pretende cambiar radicalmente de vida sin cargar con las consecuencias de ese cambio. Esta cegado por el miedo y la cobardía. Su tentativa será un fracaso porque no ha sido sincero consigo mismo y con aquellas personas ante las que es responsable. La justicia poética le condena al fracaso, a  la infelicidad, a la inmovilidad. No es un castigo, sino una consecuencia por un actuar inauténtico. El autor, sin embargo, trata a Brandon con gran respeto, sin cebarse en sus contradicciones, simplemente desnudándolas ante nosotros y haciéndonos ver lo que hay de ellas en nosotros. Nos recuerda una vez más el célebre verso de Baudelaire: "mi hermano, mi semejante", y la idea de la novela como espejo. Un autor que demuestra una enorme maestría tanto en la táctica narrativa (narrador testigo, compilador) como en tono menor y la precisión despojada del lenguaje. Es lo primero que leo de Luisgé, y me ha parecido extraordinario. Agradezco la brevedad: la novela corta es el futuro, salvo que se trate de Bestsellers malos, que no nos interesan. Me dicen por ahí que su anterior obra, La mujer de sombra, es magnífica. Caerá, caerá. Y hablando de caer, la portada me parece de mal gusto. Entiendo que la intimidad de la muerte es sagrada. Eso es todo.